Un año. Eso fue lo que me pidió. Un año y todo volvería a ser como antes. Prometió que sería rápido, que cuando me quisiera dar cuenta él ya se habría ido y mi vida seguiría su ritmo, que desaparecería. En su momento me pareció bien, aunque ahora no estoy tan segura.
En verdad no sé por qué acepté. Tal vez me dejé llevar por esos ojos almendrados, esa nariz recta... puede que todo fuera culpa de esa sonrisa socarrona suya, capaz de cautivar hasta a la más indiferente.
Yo apenas lo conocía de antes, pero era bastante para saber que el solo hecho de respirar su mismo aire valía la pena. Puede sonar desesperado, cierto, pero Kim Jonghyun era un chico carismático y de difícil acceso, no todo el mundo alcanzaba a hablar con él, la mitad del centro apenas lo veía a distancia en los descansos o en la cantina.
Aquel año tuve la suerte, o la desgracia, de compartir clases con él, lo que me permitió conocerlo. Lástima que solo veía su lado más predecible, el de perfecto compañero y agradable estudiante. Jamás habría imaginado que llegaría la segunda semana de empezar las clases y me pediría ser su novia, su novia de pega. Yo no era popular, tenía mi pequeño grupo de amigos y salía de vez en cuando, nada que hubiera que destacar. Entonces, ¿por qué? ¿Qué podía ofrecerle yo? Le pedí tiempo para pensarlo. Toda aquella situación parecía demasiado surrealista para estar pasando. Me pregunté más de una vez cuáles podían ser sus intenciones, su objetivo. Podía estar moviéndose simplemente por un capricho por satisfacer, o a lo mejor yo le gustaba de verdad.
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Quedé con Jonghyun después de clase. Era viernes. Él no pareció percatarse de mi incomodidad. Caminaba por delante de mí con paso despreocupado y las manos en los bolsillos. Llegamos a un parque cercano a mi casa sin habernos dirigido la palabra ni para aclarar a dónde ir. Se sentó en un banco y me miró, indicando que esperaba lo mismo por mi parte. Yo miré hacia el suelo, notando cómo mis mejillas empezaban a teñirse de rojo.
- ¿Has pensado en lo que te propuse?- Preguntó sin rodeos. Su voz sonaba demasiado dulce, no parecía presionarme, más bien era como si de verdad le importase mi decisión. Yo asentí lentamente.- ¿Y bien?- Ahora sí que había cierto matiz de impaciencia en sus palabras.- ¿Accedes o no?- Volví a asentir. Él pareció relajar todos los músculos a la vez.- Me alegras el día, "novia"- Me revolvió el pelo, y yo me paré a pensar por primera vez qué podía estar pensando de mí en aquel momento. ¿Pasaba por una desesperada? ¿Se reiría a mi costa? ¿Me tomaba el pelo? Llena de inseguridades me planteé echarme atrás.
Entonces, Jonghyun me miró, directamente a los ojos, y sonrió, con la sonrisa más sincera que jamás había visto en él, lo que me dio la confianza necesaria. Cogió mis manos entre las suyas, y cualquiera diría que aquello ya formaba parte de la farsa que estaba por comenzar.
Entonces, estableció sus condiciones: Todos me conocerían públicamente como su novia; comeríamos por nuestra cuenta, pero él me acompañaría a clase; tendríamos alguna cita, eventualmente, fuera del centro, en caso de que alguna stalker de primero se le ocurriera seguir su vida fuera de la escolar. Parecía mentira lo bien que tenía pensado y organizado aquel plan, propio de un dorama de bajo presupuesto.
Lo que me costaba entender era por qué un chico como él había llegado a tener la necesidad de pedir un favor como aquel. Muchas chicas, por no decir todas, se morían por salir con él. Podría tener a quien quisiera con solo sonreír.
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Y, entonces, empezó. El lunes Jonghyun me esperaba en la puerta principal. Mostraba su habitual expresión despreocupada mientras hablaba con sus amigos y hacía tiempo antes de entrar a clase. En cuanto me vio empezó a caminar hacia mí, ante las miradas incrédulas de su club de fans. Yo, lejos de sentirme alagada o superior, sentía una vergüenza indescriptible. Yo ya era feliz en mi pequeño mundo. No necesitaba nada de aquello.
Una vez a mi lado, pasó su brazo por mi cintura y me dio un rápido beso en la mejilla.
-Buenos días, jagi- Dijo, con tono confidencial, solo para nosotros.- Ya pensaba que no venías. ¿Qué tal has dormido?
Todo era demasiado raro para mí, su naturalidad superaba mis capacidades. ¿Cómo era capaz de aparentar sentimientos hacia una persona con tanta facilidad? ¿Y por qué estaba siendo tan detallista? Simplemente me puse roja y caminé a su lado en dirección a la primera clase. La campana acababa de sonar.
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Con el tiempo me acostumbré a sus cambios de personalidad, a que al cruzar la calle y pasar la esquina de la panadería se separase de mí con la misma facilidad con la que se había juntado a primera hora de la mañana. Lo que al principio era desconfianza pasó poco a poco a ser aceptación.
Me había acostumbrado tanto a su calor que llegué al punto de engañarme, de crear una realidad en mi cabeza en la que acabábamos juntos. El final del tercer trimestre se acercaba, y con él, el final de mi fantasía. Nada era diferente respecto del primer día, nada salvo mi manera de verle. A pesar de todo, mi sentido común siempre se anteponía, haciéndome ver claramente que aquello solo era un acuerdo, nada más; y que, como todo, algún día acabaría.
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En una ocasión fuimos juntos ver un estreno un sábado por la noche. Estábamos en las vacaciones de primavera, entre el segundo y tercer trimestre. Él me agarraba la mano cada vez que avanzábamos, y era prácticamente imposible no tener su atención centrada en mí. Me sentía realmente especial cuando era así conmigo, cuando pasábamos tardes como aquella solos los dos. Eran de los pocos momentos en los que podía permitirme olvidar, ser yo misma y dejarme llevar por lo que quería hacer, lo que quería ser.
Al volver a casa me acompañó por voluntad propia, no como de costumbre. Aquel día al completo me había resultado extraño, él actuaba diferente, yo lo veía distinto. Estando bajo mi portal, dudó antes de soltarme, y por un momento me pareció ver en él una intención oculta que no parecía querer ser mostrada. Se rascó nerviosamente la nuca y, con ese simple gesto, caminó apresuradamente calle abajo.
Yo me quedé quieta, mirando mi mano con curiosidad. Después dirrigí la atención hacia el lugar por el que había desaparecido, y me sentí vacía de repente. Ese día me di cuenta de que no sería capaz de dejarlo ir, de permitir que todo acabara con la misma facilidad con la que empezó, sin ser importante para ninguno de los dos.
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Pasado el período nada era como él prometió.
Nos encontrábamos en el festival de fin de curso, uno al lado del otro sentados en silencio viendo las actuaciones de segundo. Yo estaba aún más incómoda que la primera vez que hablé con él, sería por los nervios. En aquellos momentos solo sentía miedo, esperanza. Deseaba que él hubiera desarrollado los mismos sentimientos que yo, quería con todas mis fuerzas que no llegase el momento de hablar con él a solas. Cuando la realidad me golpeó con toda su crueldad, una lágrima se tomó la libertad de caer por mi mejilla, y mis manos empezaron a aplaudir a la terrible actuación que se mostraba ante mis ojos. No quise mirar cuando la mano a la que me había acostumbrado a agarrar por los pasillos se posó sobre mi pierna, y esa voz con la que empecé a soñar que me cantaba para dormir me susurró aquello que no estaba preparada para oír.
- ¿Podemos hablar fuera un momento?